domingo, 27 de septiembre de 2020

Historias lejanas ocultas en mi memoria

En la inauguración en 1969 de mi segunda exposición de dibujos humorísticos en la Galería L de la Universidad de La Habana, una estudiante de la Escuela de Letras me dijo: “...usted deberías escribir un libro de su experiencia en los semanarios humorísticos desde que se inició en el periodismo a los catorce años... Creo que sería interesante su historia...”.

Con el paso de los años, olvidé la sugerencia de la estudiante. Quizás, porque nunca me lo tomé en serio, o tal vez por la imposibilidad de poder publicar un libro en Cuba de forma independiente sin vínculos con el gobierno. O, principalmente, porque escribir acerca de mi mismo, interpretar y valorar la calidad artísticas de mis propios dibujos y diseños, sumado a la idea contar anécdotas de mi vida en el periodismo, me resulta un poco petulante. Al menos, así lo creo.

Al escribir “mis propias memorias”, el lector podría interpretarlo como una sobrevaloración de la calidad mis dibujos humorísticos, ilustraciones o diseños con la intención de elevar mi obra artística a un primer plano para entrar por la puerta de enfrente en la historia de las artes plástica de Cuba. Me produce una extraña mezcla de sentimientos contrarios.

viernes, 1 de mayo de 2020

El diseño por vocación

Un amplio abanico creativo

Al apreciar la obra del ilustrador, caricaturista y diseñador gráfico Luis G. Fresquet, podemos “respirar tranquilos” por la contribución que hace a las artes plásticas. Desde sus primeros trabajos, nos muestra un elevado nivel artístico. Advertimos su talento, más que por una determinada forma plástica, sino por la inventiva manifiesta en el carácter legible del contenido expresado que no se cristaliza en un “estilo propio”.

El artista es una individualización y también una partícula de su medio, de su patria, de su momento, de una cultura definida, lo que determina indubitablemente el lenguaje de su expresión.

martes, 28 de abril de 2020

Encuentro fortuito con el arte

Una breve historia, a modo de introducción, del libro Mi encuentro con el Arte


El comienzo: 

Día cero

6 de Noviembre de 1957
–¡Mira!, en lugar de estar molestando tanto a tus abuelos deberías imitar a estos niños... –me dijo mi tío mostrándome las páginas de un libro de pintura donde se veían a varios niños estadounidenses dibujando.

Le sonreí con cierta picardía y le contesté: –Esos dibujos lo pinta cualquiera...

–¡Vale! Ven conmigo a mi estudio. Miró a mi abuela y le dijo: –Mamá, desde hoy él tiene permiso para entrar a mi estudio.

Mi tío tenía su estudio en el segundo piso de la casa de mis abuelos. Era una habitación convertida en taller de pintura situada encima del garaje con una escalera privada. Para entrar teníamos que atravesar un pasillo que pasaba por la cocina-comedor –donde casi siempre estaba la abuela– hasta llegar al final. A la derecha había una puerta para entrar al garaje, un pequeño vestíbulo y la escalera privada del estudio. Era una especie de recoveco exclusivo de mi tío al que nadie estaba autorizado a entrar... excepto yo, desde ese momento.

–Mírame a la cara y pon atención a lo que voy a decirte –me dijo con tono serio pero con voz muy amable–. Señaló para un estante con muchos frascos de pinturas y pinceles... Continuó hablando: –Estos son los pinceles que puedes usar, las temperas y las cartulinas. No toques más nada. Cuando termines de pintar, vas al baño y lavas bien todos los pinceles. No ensucies el suelo del estudio... ¡Ah!, deja bien limpio el baño cuando termines. ¿Entendido?

–Sí –le respondí.

Día uno

2 de Noviembre de 1957
Mi tío era pintor, caricaturista, publicista y presidente de una agencia de publicidad que estaba en el piso 13 del edificio del Seguro Médico en la esquina de N y 23 en El Vedado, en La Habana. El estudio solo lo utilizaba para pintar. Ese día iba a llegar tarde al trabajo. Se marchó de prisa y yo comencé a dibujar. 

Estuve pintando toda la tarde sin parar hasta que se acabaron las cartulinas. Coloqué los dibujos en el suelo como si fuera una alfombra, bajé la escalera y me tropecé con mi abuelo en el comedor.

–¡A ver, quítese esas ropas y dese una ducha! –me ordenó– Y no olvide llevar la ropa sucia a la lavadora. 

Me miré en el espejo del baño, tenía la camiseta manchada de pintura, las manos y la cara... Regresé corriendo al estudio y comprobé que todo lo había dejado muy limpio.