Con el paso de los años, olvidé la sugerencia de la estudiante. Quizás, porque nunca me lo tomé en serio, o tal vez por la imposibilidad de poder publicar un libro en Cuba de forma independiente sin vínculos con el gobierno. O, principalmente, porque escribir acerca de mi mismo, interpretar y valorar la calidad artísticas de mis propios dibujos y diseños, sumado a la idea contar anécdotas de mi vida en el periodismo, me resulta un poco petulante. Al menos, así lo creo.
Al escribir “mis propias memorias”, el lector podría interpretarlo como una sobrevaloración de la calidad mis dibujos humorísticos, ilustraciones o diseños con la intención de elevar mi obra artística a un primer plano para entrar por la puerta de enfrente en la historia de las artes plástica de Cuba. Me produce una extraña mezcla de sentimientos contrarios.
En 2019, me atreví a aceptar el reto de la estudiante y escribí el libro El humor gráfico y la caricatura en la prensa cubana 1952-1959. Aunque no seguí al pie de la letra la sugerencia de la alumna. Lo hice de una manera diferente, sin contar historias personales. Recorrí el intrincado y controversial mundo de la caricatura en la prensa cubana de la República, de 1952 a 1959. Y de 1959 a 1980 con la prensa controlada por el Partido Comunista cubano. Escribí acerca de lo que conocí desde dentro las redacciones de varios semanarios humorísticos. Lo hice con ojo crítico, basado en mi experiencia y partiendo del derecho de los caricaturistas a la libertad de expresión.
Antes de comenzar a escribir el libro El humor gráfico y las caricaturas en la prensa cubana, 1952-1959, mi esposa y asistente tuvimos que buscar en la red de internet información de la situación social y política que se vivía en Cuba entre los años de 1952 y 1958. Además, debíamos buscar las caricaturas que se publicaron en las revistas y semanarios humorísticos de esos años y las publicadas a partir de 1959 para comparar ambas etapas, ilustrar libro y reafirmar mis argumentos y comentarios críticos.
Fue una búsqueda compleja y difícil porque no existen muchas publicaciones cubanas digitalizadas de 1952 a 1958 ni de la “era de la Revolución”. La mayoría de las publicaciones digitalizadas que encontramos inicialmente, tenía muy mala calidad para reproducir en un libro, lo que nos obligó “zambullirnos” en las profundidades de la red internet para hallar lo que buscamos.
Casualidad o Serendipia
En esa “zambullida” en las profundidades de los sitios web, hallamos el libro Testimonios del diseño gráfico cubano, 1959-1974 (omito el nombre del autor en reciprocidad). El libro destacada la obra de los “diseñadores oficiales” e ignora los nombres y la obra de varios destacados diseñadores cubanos por razones únicamente política. En otros casos, relega al diseñador a un segundo plano para restarle importancia a sus creaciones. Me incluyo en la lista de los ignorados o relegados al ostracismo.
Dejamos atrás el libro del diseño gráfico y continuamos búsqueda de las caricaturas, pero “el hallazgo inesperado”, fue una serendipia para descubrir que debía aceptar la sugerencia de mi esposa de recopilar mis pinturas desde los 11 años, las caricaturas, las ilustraciones infantiles, los diseños de revistas, libros y escritos relacionados con mi obra y publicar un libro. Y de esa serendipia nació mi libro Mi encuentro con el arte.
Historias lejanas ocultas en mi memoria:
Un amplio abanico creativo
Al apreciar la obra del ilustrador, caricaturista y diseñador gráfico Luis G. Fresquet, podemos “respirar tranquilos” por la contribución que hace a las artes plásticas. Desde sus primeros trabajos, nos muestra un elevado nivel artístico. Advertimos su talento, más que por una determinada forma plástica, si no por la inventiva manifiesta en el carácter legible del contenido expresado que no se cristaliza en un “estilo propio”.
El artista es una individualización y también una partícula de su medio, de su patria, de su momento, de una cultura definida, lo que determina indubitablemente el lenguaje de su expresión.
Fresquet decide por sí mismo la manera de expresarse en un cartel y en una carátula de discos, en una ilustración y en una portada de libro o de revista, en un símbolo y en un logotipo, teniendo siempre en cuenta, fundamentalmente, la función. Esto constituye, por lo menos, la mitad del éxito que ha obtenido y una garantía de su ulterior desarrollo. Su valor consiste precisamente en el cambio constante de “estilo”, de los convencionalismos, de los medios, en la ausencia orgánica de reglas inflexibles. Cada dibujo o cada diseño encubre posibilidades inesperadas. No obstante, este amplio abanico de obras gráficas tan heterogéneas desde el punto de vista formal y conceptual, tiene un denominador común: El modo de escoger y ordenar los medios de expresión plástica de una forma acertada.
Rolando de Oraá
Diseñador gráfico y profesor en la Escuela
Nacional de Arte y de la Escuela de Diseño.
(Texto tomado de la Introducción del catálogo de la exposición celebrada en la Universidad de Xochimilco, México)
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